La política-espectáculo se ha tomado la política chilena nuevamente, como antes de la crisis de los partidos y de las instituciones, que derivó en el estallido social de 2019. Por supuesto que aquí hay cuatro componentes que se mezclan en este tiempo y que, de seguro, generan dudas en un sector de la ciudadanía. Primero, quienes creen que por ser parlamentarios gozan de privilegios que los chilenos no tienen, como el no cumplir con sus obligaciones laborales, más aún siendo empleados del Estado, pagados por todos nosotros. Segundo, los que usan el populismo como una forma de lograr votos fáciles, pero que lamentablemente juegan con la fragilidad de las personas –como el sexto retiro o pensar que el narcotráfico parará derribando la casa de los más débiles de esa cadena delictual–. Tercero, los que no tienen nada que envidiar a los mismos que criticaron de la Convención y que hoy se disfrazan de sheriffs o cocineros. Y cuarto, aquellos que se sienten con la libertad de insultar, agredir y burlarse de los otros, aprovechando su tribuna pública.