Mistral consideraba que la tarea del maestro debía estar en un lugar muy alto. Para ella, educar era promover y guiar el desenvolvimiento de las personas para que durante su itinerario existencial se acercasen más y mejor a su plenitud, facilitando el desarrollo de su ser, lo que en sus palabras se resume así: “Cuando yo he hecho una clase hermosa me quedo más feliz que Miguel Ángel después del ‘Moisés’. Verdad es que mi clase se desvaneció como un celaje, pero es sólo en apariencia. Mi clase quedó como una saeta de oro atravesada en el alma siquiera de una alumna (…). Toda lección es susceptible de belleza”.