Fue hace cincuenta años, aquel 4 de diciembre, cuando Salvador Allende logró en Naciones Unidas lo que para muchos en el mundo hasta hoy es un hecho inédito: la Asamblea General, sin un asiento vacío, se puso de pie para aplaudir por largo rato al presidente de Chile, tras la profundidad de su discurso. Esa ovación no fue sólo un respaldo a su apuesta de buscar cambios profundos para Chile por la vía democrática, sino también de haber abierto de par en par las ventanas hacia un fenómeno que veía venir con dramatismo: el poder de grandes corporaciones por encima de los Estados y las fronteras, un poder en expansión por encima de reglas y normas.