Inequívocamente, y si bien EE.UU. y la CIA no estuvieron involucrados directamente en el golpe, como lo expresa Sebastián Hurtado en su artículo “Chile y Estados Unidos, 1964-1973. Una nueva mirada” (es decir, no tomaron las armas), la información desclasificada muestra que EE.UU. influyó de manera decisiva y activamente en la política de desestabilización del Gobierno de Allende. El 5 de noviembre de 1970 se iba a llevar a cabo en la Casa Blanca una reunión del Consejo de Seguridad Nacional (CSN) para abordar la política hacia Chile, pero Kissinger se las arregló para retrasarla y convencer a Nixon de no adoptar una política “amable” hacia Allende. “Es esencial que deje muy claro cuál es su posición sobre este tema”, le dijo Kissinger a Nixon, al no estar todos los funcionarios estadounidenses de acuerdo con una estrategia hostil e, incluso, algunos abogaban por una política “prudente de coexistencia”. La Oficina de Asuntos Interamericanos, por ejemplo, sostenía que, si Washington violaba su “respeto por el resultado de las elecciones democráticas”, reduciría su credibilidad mundial, “aumentando el nacionalismo” contra EE.UU., y que eso sería “utilizado por el Gobierno de Allende para consolidar su posición con el pueblo chileno y ganar influencia en el resto del hemisferio”.