La democracia no se aprende sólo al interior de las aulas universitarias o en clases de educación cívica; es, por sobre todas las cosas, una experiencia vital, activa y participativa. Tenemos que empaparnos de democracia todos los días, en nuestras interacciones cotidianas, en nuestras oficinas y centros de trabajo, en los lugares públicos, al interior de las familias. Necesitamos democracia en el país y en la casa, como rezaba la histórica consigna del movimiento feminista que enfrentó a la dictadura en los años 80. Esto implica necesariamente el reconocimiento de los derechos del 51% de nuestra población, que está constituido por mujeres. Requiere también profundizar en los procesos de empoderamiento de sus talentos culturales, políticos y económicos.