El rasgo predictor de fascismo más característico, según Adorno, es el convencionalismo entendido como una adhesión acrítica a los valores tradicionales de las clases medias, debido a su ajuste a lo socialmente esperado, más allá de las disposiciones o juicios autónomos del individuo. De allí que se arraigue una obsesión por la jerarquía, una concepción inmodificable de la familia patriarcal, la tendencia a la “revaluación del pasado» y una dificultad de empatía con juicios morales diversos a los convencionalmente aceptados.