La “Vía” radical

Por cierto, cada una de estas experiencias significa un derrotero identitario específico. La revolución de Irán de 1979, que después de derrocar al Shah persa instaló constitucionalmente una República Islámica con gobierno civil electo bajo la tutela de una hierocracia, que enfrentó a Irak en la efectiva Primera Guerra del Golfo entre 1980 y 1988 (las otras con participación de Estados Unidos son la Segunda y la Tercera, respectivamente) y que se ha sobrepuesto a la hostilidad de Occidente en distintos episodios; o el renacimiento ruso posterior a la desintegración de la Unión Soviética de Gorbachov (1991) y del gobierno de Boris Yeltsin (1991-1999), y que de la mano del exagente de la KGB impuso el plan de Moscú en la segunda guerra Chechena (1999-2009), así como en el conflicto con Georgia (2008) y Ucrania por Crimea (2014). De alguna manera se puede esgrimir que Putin rescató al orgullo nacional ruso, reubicando a su Estado como potencia más allá de su región, al punto de liderar a una de las coaliciones interestatales que enfrentaron a ISIS en Siria. La historia del partido de Meloni apunta a un nacionalismo conservador que, sin ser fascista, manifiesta visos nostálgicos respecto al sentimiento etnonacional y a una grandeza pretérita. Se podría decir, siguiendo a los sociólogos franceses Michael Löwy y Robert Sayre, que en cada uno de estos casos hay algo de una “rebelión y melancolía” por el ayer idílico e idealizado frente a la globalización de signo occidental. 

Por cierto, cada una de estas experiencias significa un derrotero identitario específico. La revolución de Irán de 1979, que después de derrocar al Shah persa instaló constitucionalmente una República Islámica con gobierno civil electo bajo la tutela de una hierocracia, que enfrentó a Irak en la efectiva Primera Guerra del Golfo entre 1980 y 1988 (las otras con participación de Estados Unidos son la Segunda y la Tercera, respectivamente) y que se ha sobrepuesto a la hostilidad de Occidente en distintos episodios; o el renacimiento ruso posterior a la desintegración de la Unión Soviética de Gorbachov (1991) y del gobierno de Boris Yeltsin (1991-1999), y que de la mano del exagente de la KGB impuso el plan de Moscú en la segunda guerra Chechena (1999-2009), así como en el conflicto con Georgia (2008) y Ucrania por Crimea (2014). De alguna manera se puede esgrimir que Putin rescató al orgullo nacional ruso, reubicando a su Estado como potencia más allá de su región, al punto de liderar a una de las coaliciones interestatales que enfrentaron a ISIS en Siria. La historia del partido de Meloni apunta a un nacionalismo conservador que, sin ser fascista, manifiesta visos nostálgicos respecto al sentimiento etnonacional y a una grandeza pretérita. Se podría decir, siguiendo a los sociólogos franceses Michael Löwy y Robert Sayre, que en cada uno de estos casos hay algo de una “rebelión y melancolía” por el ayer idílico e idealizado frente a la globalización de signo occidental. 

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