La Salud Pública es una especialidad que confiere poder político a la medicina. A esta le ha convenido tolerar que aquella se contamine con el egoísmo, simplismo, mediocridad y ambigüedad de la política, en tanto en cuanto le ayude a mantener una influencia gremial, un estatus económico y una excepcionalidad social. Las autoridades, asesores y funcionarios de Salud Pública prefieren ocultar sus errores (sin asumir responsabilidades ni pagar costos), conservar sus cargos (como si fueran imprescindibles para el Estado) y preservar sus carreras (por sobre los derechos humanos, el bien común e, incluso, ¡la propia Salud Pública!).