Mientras escribimos estas palabras, sigue el menosprecio de ciertas voces hacia el rechazo popular. En ese relato, el pueblo no sabe a lo que aspira y, si lo hace, se encuentra totalmente envuelto en un deseo individualista y siútico que lo lleva a desear sucedáneos de los servicios provistos en el barrio alto. Reconocemos que es fácil escribir ex post facto y que, ante las muchas señales ocurridas en el proceso, relacionadas con intransigencia y maximalismo, no tuvimos la valentía necesaria para discutirlas con claridad en el momento. Preferimos mirar a los convencidos de ambos lados y reducir todo a una cuestión de comprensión y fake news, o una elección polar entre un nuevo y un viejo modelo. No lo vimos venir esta vez. Nos olvidamos de las aspiraciones de muchos, y las excluimos de lo moral y políticamente válido. Tanto en el contexto constitucional como la vida democrática en general, si es que hay que comenzar de algún lado, tal vez podemos partir repensando la aspiración como una manera de vivir en sociedad, en la que solidaridad y éxito económico individual no deben ser mutuamente excluyentes. Como investigadores y simpatizantes del mundo progresista, no podemos permitirnos seguir hablando del pueblo sin que reconozcamos sus aspiraciones en toda su complejidad. Ese debiese ser nuestro deber y nuestra aspiración.